Cámara en mano: los jóvenes y la producción de imágenes digitales

Cámara en mano: los jóvenes y la producción de imágenes digitales
Julieta Montero. Universidad Pedagógica (UNIPE), Argentina


Con demasiada frecuencia, el uso de cámaras digitales en la escuela parece como una preocupación para los adultos que la habitan. Algunas de estas fotografías y videos han llegado al público masivo a través de noticias, que las recuperan como testimonio de nuevas prácticas que generan preocupación, ya sea por el aparente crecimiento de la violencia, la exposición a situaciones de inseguridad, la exhibición de la intimidad o la banalización estética de la fotografía, entre otras. Muchas de estos hechos se leen como expresiones de profundas e irremediables fracturas: entre la cultura letrada y la visual, entre el mundo de los jóvenes y el de los adultos, entre la sociedad del espectáculo y la cultura participativa, entre el adentro y el afuera de la escuela.
Sin embargo, buena parte de lo que los jóvenes hacen con las cámaras en las escuelas no está vinculado con el desafío abierto a la institución escolar sino más bien con formas de ser joven y de participar en la cultura que, si bien presentan rasgos novedosos, mucho tienen que ver también con modos anteriores a los medios digitales. Por esto que se hace necesario conocer qué hacen y quieren hacer los jóvenes cuando asumen el rol de productores de imágenes digitales, pero no sólo dentro de la escuela sino especialmente fuera de ella, que es donde se configura el sentido de esta práctica. Los datos que se presentan a continuación forman parte de una investigación mayor llevada adelante por Inés Dussel y equipo entre los años 2010 y 2011 en cuatro ciudades argentinas. En cada una de ellas se seleccionaron cuatro escuelas donde se aplicaron encuestas y entrevistas en profundidad a jóvenes de 15 a 18 años, a lo cual se sumó luego el trabajo con grupos focales.

Nuevas tecnologías, nuevos consumos y nuevas prácticas
Al menos ocho de cada diez jóvenes que participaron de la investigación producen imágenes digitales con cierta regularidad. Estas prácticas suceden en una ecología de medios donde se multiplican las pantallas y los dispositivos de reproducción y producción de imágenes, cada vez más personales y portables. Por otro lado, a pesar de ser el televisor la tecnología más presente en los hogares, en el consumo visual de los jóvenes la fotografía aparece como un elemento central, en ocasiones por encima de la televisión. Esta centralidad de la fotografía es paralela al auge de las redes sociales basadas en el intercambio de imágenes, particularmente Facebook, como principal actividad de los jóvenes en Internet. En este contexto, producir, compartir y archivar imágenes es una forma de estar con los otros, de compartir un tiempo libre que las características de mercado cultural y el miedo a circular por el espacio público han convertido en cada vez más privado.

Las prácticas de producción
Al describir sus propias prácticas de producción de imágenes digitales, principalmente de fotografías y videos, los jóvenes identifican tres motivos: recordar, divertirse y expresarse. Los dos primeros, los más extendidos y masivos, se asocian con situaciones grupales (Turkley, 2011; Ito y otros, 2010) y por eso los principales contextos de producción son entornos de socialización colectiva: salidas con amigos o eventos familiares, momentos a registrar en la que la compañía (con quién) es más importante que el lugar (en dónde).
La enorme mayoría de estas imágenes son fotografías, tomadas con la cámara y en menor medida con el celular, y se registran con el objetivo de recordar un momento. Esta asociación entre la memoria y la producción de imágenes no es nueva, sino que se remonta al origen mismo de la creación humana de imágenes (Debray, 1994) y también de la fotografía (Dubois, 1994). En cada situación social, los jóvenes producen cientos de imágenes que luego comparten casi sin selección y a partir de las cuales comentan, se divierten y rememoran los momentos compartidos. Para van Dijck (2008), estas fotografías son suvenires para compartir, registro y recuerdo de un momento y herramientas de la memoria que permiten modelar el relato autobiográfico y construir la identidad a través de su exhibición online. No obstante, no se trata de objetos descartables, sino que son portadoras de una intención de inscripción en el pasado y de marcar/puntuar momentos de importancia en la trayectoria vital personal y familiar, aunque no ya a través de un objeto único y especial o de un pasado lineal y unívoco.
Paralelamente, un segundo motivo para registrar imágenes digitales es divertirse. Como instrumentos del entretenimiento grupal, las cámaras sirven tanto para registrar un momento divertido como para generarlo, registrando bromas o realizando performances para su registro, principalmente en video. Estas actividades son caracterizadas frecuentemente como “boludeces”, “estupideces” o “pavadas”. De la misma manera que los usos históricamente construidos de la fotografía privada dan sentido a buena parte de la producción de imágenes de los jóvenes como actos de memoria, los usos históricos de las imágenes audiovisuales organizan también otros aspectos de esas mismas prácticas. Este es el caso de los “videos graciosos” que producen los jóvenes y que vienen a dar continuidad al uso de las imágenes móviles característico de la sociedad del espectáculo, donde las imágenes se banalizan al ser consumidas como mercancías para el entretenimiento colectivo (Debord, 2008).
Estos dos primeros motivos puede entenderse como imágenes sociales, ya que las imágenes producidas están incorporadas a las prácticas cotidianas de sociabilidad de los jóvenes a través de plataformas virtuales de carácter comercial que modelan masivamente las posibilidades del intercambio. Con estas producciones conviven otras, minoritarias y hasta excepcionales, que responden a una necesidad estética, y que se podrían llamar, utilizando una categoría nativa, imágenes expresivas. Estas responde a un tercer motivo de las producciones visuales de los jóvenes: la necesidad de expresarse o el interés personal. Son imágenes estéticamente más complejas, en las que se incluyen fotos y videos pero también animaciones, presentaciones y otros formatos multimodales, pero entre los que encontramos poca evidencia de participación en prácticas más globales de creación visual como la creación de memes, videodiarios o fanfiction como las que describen la literatura anglosajona sobre el tema.

Prácticas de circulación
En el caso de las imágenes sociales, compartir las imágenes generadas es una práctica central en la vida cotidiana de los adolescentes, ya que permite mantener y profundizar el contacto entre pares (sincrónico y diacrónico) que no se limita al tiempo escolar o de las salidas sino que se reproduce en el interior de los hogares, convirtiendo un espacio/tiempo individual en uno compartido conforme a reglas establecidas, en principio, por una comunidad de pares donde los adultos están excluidos. Desde esta perspectiva, las imágenes subidas pueden asociarse con lo que Jakobson (1985) llama la función fática del lenguaje, aquel subsistema de signos que tiene por objeto comprobar la existencia o el funcionamiento de un canal de contacto entre los interlocutores, con énfasis no en la información trasmitida sino en su valor como facilitadores del diálogo. A partir de estas imágenes signos fáticos, se generan intercambios virtuales y también interpersonales, a través de los cuales los jóvenes generan lazos a través de los que construyen su identidad al poner en acción sus filiaciones grupales.
En contraposición con las imágenes sociales, las imágenes expresivas producidas por los jóvenes se comparten dentro del círculo familiar o de amigos más cercanos, de manera preferentemente interpersonal, mostrando en la cámara o por mail, imprimiendo algunas de las producciones o bien en foros y plataformas especializadas. Estas formas específicas de circulación ponen nuevamente de manifiesto el carácter personal e íntimo de estas producciones.

Prácticas de archivo
Prácticamente todos los jóvenes encuestados guarda o archiva las imágenes que produce. Al mismo tiempo y contrariamente a lo que pasa con las prácticas de circulación, todas las imágenes registradas pasan al archivo. Desde este punto de vista de su organización, el archivo digital de imágenes que los jóvenes construyen se parece más a una colección, a un archivo asistemático donde rara vez existen formas explícitas de almacenamiento, sino que se integran a la estructura de árbol que las computadoras en general, y el explorador de Windows en particular, proponen para guardar archivos y documentos.
Con estas prácticas de archivo conviven otras, las de aquellas imágenes de sí que se comparten y que se hacen disponibles a los demás a través de las redes sociales. Estas colecciones son objeto de un trabajo de curaduría. En este sentido, los archivos de imágenes digitales constituyen una colección dinámica donde cada uno exhibe su propia vida a través de una acumulación de fotografías y videos de momentos y eventos grupales cuidadosamente seleccionados (Potter, 2010) según técnicas que Marwick y boyd (2011) describen como de micro-celebridad: administrando contenidos fáciles de consumir, pensados para distintas audiencias y gestionando la base de contactos como si fuesen fans. El resultado de estas prácticas individualizadas no son colecciones con imágenes más diversas y plurales para representar un yo también diverso sino, por el contrario, una estandarización de las poses, los contextos y los significados que las fotografías y los videos registran y transmiten.

¿Del murmullo a la voz?
De acuerdo a lo presentado, hay en las prácticas de producción de imágenes digitales de los jóvenes mucho de continuidad con formas culturales anteriores vinculadas al lenguaje audiovisual. Sin bien es cierto que se produce una innegable democratización de las herramientas y canales que permiten la creación y distribución de imágenes, las imágenes que los jóvenes producen en este contexto les merecen a sí mismos poco respeto: el estatuto vigente en esta determinada economía visual de la que los jóvenes forman parte y a la cual ayudan a dar forma, establece también que lo que hacen no es en serio, es sólo un juego.
A su vez, las producciones de los jóvenes están más o menos estandarizadas, con poses individuales y grupales que se repiten cuando llega la hora de la foto y que construyen un relato de la propia (buena) vida que se realiza frente a los ojos de los demás en cientos de imágenes repetidas y sin ninguna intencionalidad estética. Lo que prima es la presentación más que la experimentación y la búsqueda de nuevas formas de ser y estar con los otros. Lo que prima es el murmullo anónimo, la acumulación desordenada de imágenes, por sobre la intención de tener una voz, algo que decir individual o colectivamente desde un particular lugar.
Desde este diagnóstico, distinto al que proponen los medios y el sentido común, el lugar de la escuela cuando los jóvenes ingresan y apuntan con las cámaras parece otro. En principio, resulta una invitación para dejar de temer el escrache y la malicia juvenil, que no aparecen como las intensiones manifiestas para fotografiar y filmar, sino que a la escuela se extienden las mismas motivaciones que organizan la práctica fuera de ella. Pero además, queda claro que se trata de un espacio en el que los adultos tenemos mucho por decir y hacer, para ayudar a tomar distancia, pensar, afinar y encontrar la voz propia, en medio de un mar de imágenes y de usos y costumbres donde las industrias culturales parecen tan poderosas como siempre.

REFERENCIAS

Debord, G. (2012) La sociedad del espectáculo. Buenos Aires, Argentina: La Marca Editora.
Debray, R. (1994). Vida y muerte de la imagen. Historia de la mirada en Occidente. Barcelona, Catalunya: Editorial Paidós.
Dubois, P. (1994). El acto fotográfico: de la representación a la recepción. Barcelona, Catalunya: Editorial Paidós.
Ito, M. et. al. (2010). Hanging out, messing around, and geeking out: kids living and learning with new media. John D. and Catherin T. MacArthur Foundation Series on Digital Media and Learning. Cambridge, MA: The MIT Press.
Marwick, A. y boyd, d. (2011). To see and to be seen: celebrity practice on Twitter. Convergence. 17(2), 139 –158.
van Dijck, J. (2008). Digital photography: communication, identity, memory. Visual Communication. 7(1), 57 –76.
Turkley, S. (2011). Alone together. Why we expect more from technology and less from each other. Nueva York, NY: Basic Books.